Con las pautas que ofrece la psicología de la alimentación se puede optimizarla interacción entre el cuerpo, la mente y las emociones, para encontrar la mejor forma de relacionarse con la comida.
La conducta alimentaria es un tema que cada vez genera mayor interés y preocupación. El impacto en la salud física y mental de las personas aumenta día a día y la alimentación juega un papel relevante en la misma.
El cerebro posee un conjunto de mecanismos que motivan a comer y beber, e incluso induce el consumo del tipo de nutrientes que se requieren en cada momento. Estos mecanismos, como pueden ser la emoción, la cognición o la motivación, es probable que se vean influenciados y/o alterados por múltiples factores.
Para entender cómo funciona el comportamiento alimentario y cómo abordarlo, resulta útil explorar dichas dificultades relacionadas con la comida a través de la psiconutrición,también conocida como psicología de la alimentación, un enfoque interdisciplinario entre Medicina y Psicología, que brinda herramientas para mejorar la relación con la alimentación.
Desde dicho enfoque, la psicología de la nutrición explora los hábitos que se establecen desde la primera infancia, en especial, en el contacto inicial que se tiene a través de la madre como proveedora de alimento. “Desde que nacemos empezamos a recibir de forma indirecta, la herencia del relacionamiento que ha tenido con la comida nuestra madre, suscreencias y costumbres sobre la comida. Se crea un vínculo que luego se instaurará a lo largo de la vida como si fuera un legado. Por eso la insistencia en la importancia de crear hábitos saludables en los primeros años de vida, para cuidar en la medida de lo posible la relación que nuestros hijos tienen y tendrán con la comida”, asegura la psicoterapeuta Marta García.
Según la experta, lo que permite la psicología de la alimentación es tener en cuenta las diferentes esferas que componen la salud: “Nos permite la oportunidad de comprender que la manera en la que comemos va más allá de nuestros hábitos alimentarios, porque es elreflejo de cómo las diferentes dimensiones físicas, emocionales, mentales y sociales, pueden afectarnos a la hora de tomar las elecciones alimentarias”.
Esta vertiente psicológica, además de dar respuestas a los trastornos de laalimentación como la anorexia o la bulimia, también da cabida a aquellas condiciones que producen menos malestar en las personas; por ejemplo, el comer compulsivamente, la ansiedad por la comida y las dietas, entre otras.
Es así como la psiconutrición propone que la comida puede verse como un barómetro de intimidad, es decir, la manera como se alimenta una persona indica cómo se quiere a sí misma: “Hablamos de hambre emocional, para referirnos a una conducta desadaptativa, cuyo motor son las emociones. En esos casos la comida pasa a ser un refuerzo de corto plazo con el fin de dejar de sentir estrés, ansiedad, miedo, aburrimiento, entre otros sentimientos. Después de dicha conducta, aparecen sensaciones negativas como la culpa, de forma que volvemos a recurrir a la comida para sentirnos mejor. Creamos así, un círculo vicioso que nos lleva una y otra vez a gestionar las emociones de la misma manera. Es entonces cuando la ayuda de un profesional experto es imprescindible”, explica la psicóloga Paula Gómez, experta en Trastornos de alimentación.
¿Qué se logra con la psiconutrición?
Emociones servidas a la mesa
Según la perspectiva de la psiconutrición para que los sentimientos no controlen el apetito, el primer paso es diferenciar el hambre real (o fisiológico) del hambre emocional. Este último se caracteriza por ser repentino y la persona busca la satisfacción inmediata. La psicóloga Gómez advierte que para mantener a raya el hambre emocional se requieretiempo: “Si la comida ha cubierto durante años las necesidades que no sabíamos solucionar de otra forma, tendremos que encontrar nuevas alternativas para satisfacerlas. Es un proceso de descubrimiento. No es una solución inmediata, pero, sin duda, sí es la mejor a largo plazo”.
Para la nutricionista María del Mar Herrán, este tipo de comportamientos varía mucho porque puede suceder que en un determinado grupo de personas una misma emoción produzca diferentes efectos. Si la persona lleva una alimentación restringida, las emociones negativas y positivas pueden aumentar la ingesta de alimentos. “Se ha visto que entre más control mental se ejerza sobre la alimentación, hay más vulnerabilidad a sobrealimentarse. Esto ocurre porque las respuestas emocionales implican atención a nivel cognitivo, lo cual compite con la tarea de mantener el control de la alimentación”, explica Herrán.
Si la persona tiende a una alimentación emocional, las emociones negativas pueden aumentar la ingesta de alimentos dulces y ricos en grasas, ya que dicha comida logra, en algunos casos, efectos calmantes a nivel cerebral.
Por el contrario, quienes llevan una alimentación normal, las emociones afectan la forma de comer en congruencia con sus características cognitivas y motivacionales. Por ejemplo, se ha encontrado que emociones como la tristeza tienden a disminuir la alimentación, mientras que sentir alegría puede aumentarla. En la teoría, este tipo de reacciones está dentro de lo normal, siempre y cuando no haya excesos.
Cómo manejar el apetito emocional
En busca del balance
En cuanto a las dietas restrictivas, algunos expertos en nutrición coinciden en que gran parte de dichas rutinas pueden tener efectos más negativos que positivos, por ello la psicología de la alimentación se basa en la idea de que las dietas no son la solución a losproblemas con el peso.
Al respecto, Elisa Markhoff, especialista uruguaya en Alimentación y Sistemas de desintoxicación, explica que, para llegar a soluciones a largo plazo, es fundamental aplicar no solo buenos hábitos alimenticios, sino también construir a un entorno psicológico que los posibilite. “Yo no hablo demasiado del peso, las calorías y las porciones. Prefiero preguntar cómo se siente la persona, qué está pasando en ese momento de su vida, qué es lo que quiere cambiar y cómo le gustaría crear su futuro”, afirma la experta Markhoff.
En el camino a encontrar el equilibrio entre alimentos y emociones, también se incluye la importancia de tomarse el tiempo necesario para comer, y hacerlo a conciencia, con acciones sencillas que van desde concentrarse en la textura, la temperatura y el sabor de lo que se está comiendo, para que el cerebro envíe señales al organismo y active la sensación de saciedad. Disfrutar y comer despacio es una práctica imprescindible para relacionarse bien con los alimentos.
“Comer sin estímulos, sin mirar el celular o la televisión, es otro factor fundamental, y mejor aún si se hace en familia, convirtiendo ese momento como un encuentro, una forma de ritual, porque la comida también es conexión con nuestros los queridos”, agrega la nutricionista Herrán.
En una buena relación con la comida se debe sentir que se está eligiendo bien y en calma con las decisiones; no vivirlo como una obligación o imposición externa, sino desde una decisión consciente sobre los alimentos que se consumen. Cada persona tiene un bagaje cultural, social, económico, cognitivo y psicológico únicos que le permiten enfrentarse a la vida y a sus vicisitudes empleando diferentes estrategias.